18/1/11

Siempre acabábamos perdidos al filo de la madrugada, en bares de madera con olor a ron y a cerveza, a humo, a recuerdos. Día tras día una historia impertinente, una historia amarga, divertida, sucia, vergonzosa, triste... la contaba el más borracho de aquel bar. Tú y yo nunca llegamos a entenderla bien, y cuando tratábamos de reconstruirla por la mañana -la mañana los domingos empieza a las 3-, nos faltaban partes, carcajadas, lamentos, quizás no la entendíamos por eso, a veces nos perdíamos en besos y no escuchábamos aquello.
A mí me gustaba despertar y que me tocaras el muslo "Joder, qué resaca, ¿te acuerdas del viejo de ayer?" y nos reíamos como locos afónicos -porque los domingos, uno pierde la voz- y tú intentabas besarme mientras imitabas a aquel hombre. Me encantaba desayunar -café e ibuprofeno, porfavor- contigo mirando los azulejos, contándolos uno a uno y reconstruyendo la historia del viejo que bebía, sollozaba y reía y gritaba eso de "¡qué guapo ye querese!".
"¿Te acuerdas de algo más? ¿Dónde fuimos luego?" Y yo siempre te decía que al infierno y justo antes de caer habíamos subido al cielo, y tú te reías y me besabas y me decías que a eso se le llama follar, yo te mordía enfadada y volvías a besarme. Nos divertíamos por los laberintos de la casa, y no importaba la gotera, ni la manilla del baño que se aflojaba, ni que no quedaran galletas porque "para comer ya tengo tu boca", como tú decías.
Al final nos dábamos cuenta de que anochecía otra vez y no nos habíamos dignado a salir de la cama y "para la hora que es, mejor nos quedamos aquí ya". Y desde luego que no dormíamos.

1 comentario:

  1. Casi son alas de ángel todos aquellos aconteceres que desarrollamos. Miramos atrás y sonreímos, curiosamente.
    Un saludo. Interesante texto.

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