23/11/10

A ti y a tu mirada.

Querido A:

          No sé cuánto tiempo ha pasado, para mí ha sido una eternidad así que diré que ha pasado mucho (un segundo puede ser un mundo, tú siempre lo decías); sólo escribo para decirte que aquí todo sigue igual que el día que te marchaste. La ciudad sigue imparable, impasible, el mundo no se detiene por tu ausencia, a veces incluso parece que va más rápido. Todo sigue siendo circular. Primero hay risas, luego llantos y después risas otra vez. Los niños siguen jugando y los gatos que se esconden bajo los escombros de la casita abandonada que teníamos enfrente siguen saliendo a recibirme cuando llego de madrugada. El humo sigue siendo gris y la televisión sigue escupiendo basura. Los árboles crecen menos - por lo del humo gris, supongo-, pero crecen de todas formas, las olas de la playa siguen siendo pequeñitas, ya sabes que el mar aquí está siempre tranquilo (aunque yo creía que el día que te fueras habría un tsunami o algo peor). Recuerdo que cuando llegaste todo era igual, pero menos vivo. ¿Te acuerdas de la viejecita que vendía castañas en la esquina? Siempre sonreía al verte llegar y te gritaba "¡Bienvenido otra vez, forastero!"; sigue ahí también aunque apenas sonríe. Yo, por mi parte, sigo igual... aunque como la viejecita apenas sonrío; mi pelo sigue largo y sigue oliendo a menta, mi dedo índice sigue amarillo y sigo tomando demasiado café, aún conservo tus libros... La estación no sé cómo sigue, supongo que frenética, pero no he tenido el valor de volver desde que te vi marchar en aquel tren; sé que te gustaría saberlo, pero no he podido. Ahora no pienso tanto en ti, aunque no puedo mirar al sol sin pensar en tu pelo. Disculpa que no te pregunte cómo estás tú, supongo que seguirás igual: saltando en los charcos, desafiando al mundo, fumando lo verde y enamorando a cualquier inocente. Me alegro de que así sea.

En realidad, no espero verte pronto,
siempre tuya,
Cècile.

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